octubre 13, 2010

AMOR Y APOSTOLADO…


Por Daniel Calderón
Effetá

Hace pocos días, un grupo de amigos y yo tuvimos la oportunidad de compartir una jornada de domingo por la tarde, en la que nuestra misión era sembrar unas plantitas en los alrededores de la Iglesia de Montserrat, en un barrio muy pobre de la ciudad. Nosotros le llamamos a este trabajo: “apostolado”. Esta es una palabra que siempre me ha generado interés.
Cuando la gente habla de apostolado, genéricamente está mencionando seguramente cualquier tipo de intervención ante una problemática que afecte a alguien o a algunos. Así podemos mencionar ejemplos como fundaciones, grupos juveniles, iglesias, etc. El apostolado tiene como plus que está inmersa en toda esta actividad la figura de Jesús: hacemos las cosas pensando en que Jesús es el servidor, y Jesús es el servido.
De Jesús, entre las tantas cosas que podemos tomar, hay algo que me gusta más. Me gusta que en todas sus acciones, decisiones y postulados, prima el amor. Sencillo. Que amemos mucho. Que amemos tanto, que seamos capaces de reconocer en el otro casi el amor de un Padre. Si el apostolado tiene como eje la figura de Jesús, tiene entonces como eje la figura del amor. Hacer apostolado es una respuesta de amor. Por un lado, responder a un amor sentido, vivo, que lo miro y que lo escucho, que lo respiro, que me gusta, que a veces me incomoda y que a veces lo busco con locura, amor recibido; y por otro, amor por aquel, o aquellos en quienes puedo (o debería) reconocer casi casi a un padre, amor que se entrega.
De estos dos amores, el más aparentemente complicado es el segundo. El amar porque sí, como parte de nuestra naturaleza humana. Amar a los otros. No porque sean buenos, sino porque son como son. Amarnos los unos a los otros. Amar, amar y amar. Y aunque amar es algo tan humano, nos resulta irónicamente muy difícil. Estamos tan acostumbrados a desamar, que cuando existen señales de amor de alguien, podríamos hasta sospechar. Pues este es el amor que erige un apostolado. El amor a los demás, el amor de respuesta al amor recibido. Podríamos decir, que de alguna manera, el motor que nos mueve (o debería mover) a los cristianos.
Si es amor nuestra médula, apostolado debería serlo también. Cuando amamos, estamos interviniendo ante el principal problema de nuestros días y de todos los tiempos. Creo que por eso San Agustín decía “ama y haz lo que quieras”. El amor es vida, y cada vez hay personas que mueren por falta de amor. Es por ello que vemos la necesidad de poner los medios que nos acerquen más a amar. Quizá por ello quisimos intervenir un poco con mis amigos, por amor. ¿Y por qué plantas? Bueno, pues era un simple pretexto. Quisimos un poco amar a todos los que conocemos y desconocemos regalándonos un poquito de naturaleza, a nuestra salud, a nuestra vida. Y amar a los que nos acompañaron, a niños y adultos quienes quisieron compartirnos el sueño que los une en “común unidad”, ver su iglesia terminada, bonita, y como un lugarcito acogedor que les permita olvidarse un momento de lo cotidiano y reencontrarse con el que (por amor) los puso aquí. Donde haya un motivo para hacer sentir amado al olvidado, hay un apostolado.
Si me preguntan qué es para mí el apostolado, respondería simplemente, es amar y poner los medios para amar más. ¿Qué tal si nos destinamos a eso? Tengamos presente que no es concebible ser cristiano sin amar. Y no es posible amar sin demostrarlo y entregándonos por los demás. Como diría San Alberto Hurtado, “amar hasta que duela”.

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