Sábado 5 de la tarde gente de Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, España y Argelia, de 3 continentes, de 5 países y no sé cuántas ciudades, entre ellos 5 cevequianos, reunidos en el salón parroquial de la Ventilla en Madrid, esperaban con frío estirar los músculos para empezar el primer taller de “Movimiento Musical” organizado por Pueblos Unidos como una alternativa de ocio para inmigrantes que acuden a sus oficinas en busca de ayuda de todo tipo.
Al principio un poco tímidos y entumecidos por el frío del lugar se agrupaban por países y por amistades, pero poco a poco los rótulos de las nacionalidades, de inmigrantes y nacionales fueron cayendo al ritmo de la música para fusionarnos como un solo pueblo y con un solo rótulo de Hijos de Dios. A la voz de: “arriba esas rodillas, moviendo esas caderas, uno, dos, tres, vuelta!!, el frío iba desapareciendo y la timidez se convertía en diversión, carcajadas y también sudor y cansancio.
Ya no había distancias ni culturales ni físicas, todos bailando en círculo, por parejas o libremente, no nos sentíamos extranjeros ni extraños, pues el baile es eso: expresión, diversión, acercamiento. Nos olvidábamos que a lo mejor no teníamos trabajo, o que nuestros papeles han caducado, o que nuestros seres queridos están lejos,o de aquella hipoteca, o de aquel problema que sólo el movimiento del cuerpo nos hacía olvidar.
Así transcurrieron casi tres horas de desconectar del mundo para conectar con el otro, con ese español o inmigrante que a veces lo vemos inaccesible en la calle o en nuestro trabajo, pero que en esta ocasión fue parte de un grupo de baile y movimiento, en donde cometíamos los mismos errores o acertábamos en el mismo paso, a quien ayudé a relajarse y quien me ayudó a relajarme.
Ese sábado nos acercamos, ese sábado nos conocimos en otra dimensión, ese sábado las fronteras desaparecieron y los límites culturales casi desvanecieron, y aunque no tuvimos tiempo de evaluar, algunos se acercaron con una sonrisa para preguntarme cuándo es el próximo taller?. Ojalá todos podamos hacer de este mundo un gran taller de movimiento, en donde el disfrutar, el reír y trabajar en equipo sea para todos y no privilegio de unos cuántos.
Eduardo Barahona
Al principio un poco tímidos y entumecidos por el frío del lugar se agrupaban por países y por amistades, pero poco a poco los rótulos de las nacionalidades, de inmigrantes y nacionales fueron cayendo al ritmo de la música para fusionarnos como un solo pueblo y con un solo rótulo de Hijos de Dios. A la voz de: “arriba esas rodillas, moviendo esas caderas, uno, dos, tres, vuelta!!, el frío iba desapareciendo y la timidez se convertía en diversión, carcajadas y también sudor y cansancio.
Así transcurrieron casi tres horas de desconectar del mundo para conectar con el otro, con ese español o inmigrante que a veces lo vemos inaccesible en la calle o en nuestro trabajo, pero que en esta ocasión fue parte de un grupo de baile y movimiento, en donde cometíamos los mismos errores o acertábamos en el mismo paso, a quien ayudé a relajarse y quien me ayudó a relajarme.
Ese sábado nos acercamos, ese sábado nos conocimos en otra dimensión, ese sábado las fronteras desaparecieron y los límites culturales casi desvanecieron, y aunque no tuvimos tiempo de evaluar, algunos se acercaron con una sonrisa para preguntarme cuándo es el próximo taller?. Ojalá todos podamos hacer de este mundo un gran taller de movimiento, en donde el disfrutar, el reír y trabajar en equipo sea para todos y no privilegio de unos cuántos.
Eduardo Barahona
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