agosto 12, 2016

CUANDO EL TIEMPO ES DE DIOS


Antes de iniciar el compartir de este primer mes sobre mi experiencia Pan Amazónica, quiero brevemente contarles, como fue el proceso que me llevó a este lugar de triple frontera lejos de mi país y ciudad de origen.

Hace algunos años atrás, mientras trabajaba en la Curia Provincial de la Compañía de Jesús en el Ecuador, me llamó la atención el Proyecto de las Comunidades Itinerantes que lleva un jesuita español de nombre Fernando López. Esa información que había leído me despertó la posibilidad de colaborar en una misión conjunta entre laicos y jesuitas en las zonas donde hay más necesidad, donde nadie va. Me gustaba la idea de compartir con comunidades indígenas de la Amazonía, ya que considero que son pueblos cargados de historia con una cultura y un cuidado por la naturaleza, incluso algunos de ellos, conocidos como pueblos no contactados, no han querido un acercamiento con lo que nosotros llamamos civilización. Pero claro, esta invitación o llamado no es fácil pues implica muchas renuncias y por ello algunas veces aunque sentía fuerte el llamado, prefería hacerme la de oídos sordos y dejar pasar esas mociones internas.

Hasta que, hace un año exactamente por circunstancias de la vida, me quedé sin trabajo, sin piso, sin seguridades económicas y fue justo en ese momento cuando en mis Ejercicios Espirituales anuales nuevamente volví a sentir el deseo de ser voluntaria en el Proyecto Pan Amazónico del que había escuchado tanto y más de cerca a través de Mauricio López, miembro de mi comunidad local CVX. Fue un compartir breve con mi acompañante de esos Ejercicios de Provincia P. Jorge Cela, SJ.; él muy acertadamente me dijo que debería iniciar un proceso de discernimiento y dejar a Dios actuar en mí. Me puse en contacto con Mau y después con Alfredo Ferro SJ, coordinador del Proyecto Pan Amazónico. Iban y venían los emails hasta que tuve la propuesta de Alfredo de conocer Leticia, capital del departamento de la Amazonía Colombiana, la ciudad donde se encuentra la Comunidad del Proyecto, conocer a los miembros de la comunidad y el entorno. Esta experiencia me dio más luces y herramientas que me ayudaron a discernir si me lanzaba o no a este voluntariado. Agradezco a la comunidad las palabras que me dieron libertad en la elección “el hecho de haber venido no te compromete para que aceptes venir de voluntaria, siéntete libre de decidir”, esas palabras fueron claves para tomar la decisión final.

Para ese entonces ya había compartido con mi familia mi deseo de hacer este voluntariado. Debo reconocer que mi papá, mis hermanos, mis sobrinas y mis cuñadas me apoyaron desde el principio, aunque no alcanzaban a entender con claridad la dimensión de este deseo, ni yo misma lo tenía claro, pero me iba dejando llevar por ese espíritu que como un fuego te quema por dentro y al que ya no puedes ocultar. Ese deseo de querer poner por obra tanto bien recibido durante todos estos años que he pertenecido a CVX. Doy gracias a Dios por la bendición de mi familia que siempre está ahí para apoyarme y acompañarme.

Al mes siguiente, a finales de mayo, tuvimos una reunión Alfredo, Mauricio y yo en Quito. En ese encuentro fue cuando confirmé la decisión de hacer el voluntariado por un año. Una vez realizados todos los trámites de visa y demás, emprendí mi viaje a Leticia el 10 de julio con pocas seguridades y con la única certeza de que iba con Dios. Descubrí que el tiempo es el mejor cuando es el tiempo de Dios, porque todo confluye para que no tengas más que decir: “hágase tu voluntad”.

Después de este compartir sobre mi discernimiento para estar aquí a manera de contextualización, quiero compartir con ustedes lo que ha sido para mí estas primeras cuatro semanas de misión Pan Amazónica inspirada por esta espiritualidad ignaciana. Les comparto que nunca antes había experimentado con tanta claridad ese “vencerse a sí mismo” del que habla Ignacio al iniciar los Ejercicios Espirituales. Vencerme cada vez que he sentido que el calor me quiere superar o el comezón por los picados de mosquitos y zancudos no me deja dormir, vencer el miedo a los murciélagos que habitaban en mi cabaña, vencerme a este caer en la cuenta que soy más citadina de lo que me imaginaba y en medio de estos detalles que a veces molestan pero que no impiden el sentir al Dios de Jesús en medio de la belleza de la creación que no deja de sorprenderme cada día desde que me levanto con el canto de una multitud de aves, nunca había visto ni escuchado en mi vida tantas aves juntas, aún estoy aprendiendo a distinguir los diferentes tipos de canto.  Preciosos amaneceres y ni que decir de cada atardecer que llena el cielo de colores de diferente tonalidad que parece incendiar el cielo y llenarlo de luz al caer la tarde y que se hace uno solo con la vegetación y el río, precioso realmente.

Es un tiempo de sentir y gustar cada rostro que descubro en Leticia y en las dos comunidades que hasta ahora he visitado: Nazareth y Arara. Cada una con sus luces y sombras, con sus sueños, con esa manera tan única de cuidar y amar su tierra, su naturaleza, de ser uno con ella y saber si va a llover o si solo es una nube que pasa tan solo con la intensidad del viento, o con la manera cómo se mueven las hojas de los árboles. Un tiempo de silencio, de escuchar, de mirar, de contemplar, de dejar que todo lo que veo y siento toque mi corazón y como una esponja intentar recoger lo que más puedo para acercarme a ellos desde una mirada, una sonrisa y con sencillez presentarme quién soy y que hago aquí.

En algunos casos he recibido una sonrisa de acogida y en otros un silencio largo, hasta que viene otra pregunta y poco a poco se empieza a romper el hielo e iniciamos una relación en la que empiezan a compartirme sus historias de vida, algunas muy llenas de gratitud y otras llenas de dolor y en ambas está Dios.

Doy gracias al Dios de la vida porque en estas visitas no voy sola, voy con una pastoralista nativa tikuna de nombre Magnolia y una religiosa Laurita de nombre Noelia, con ellas vamos formando una comunidad donde en los tiempos de preparar los alimentos, en la sobremesa, en el tiempo de planificar o evaluar la jornada también hemos compartido nuestras historias de vida, nuestros gozos, nuestros miedos y nuestros sueños.

Esta misión se complementa con mi participación en el Curso de Incidencia Socio Política de CVX, los documentos que he leído me motivan aún más para intentar vivir de mejor manera este compromiso cristiano y me quedo con la frase que aún va dando vueltas en mí “una auténtica fe -nunca es cómoda e individualista- siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra” EG 183

Pido sus oraciones por mí para que pueda seguir abriendo mi corazón a la gente y pueda entrar en sus vidas, así como para ir dejando que ellos también toquen mi corazón y pueda seguir dando lo mejor en este voluntariado.

Un abrazo lleno de cariño

Lore


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.