Antes
de iniciar el compartir de este primer mes sobre mi experiencia Pan Amazónica, quiero brevemente contarles, como fue
el proceso que me llevó a este lugar de triple frontera lejos de mi país y
ciudad de origen.
Hace algunos
años atrás, mientras trabajaba en la Curia Provincial de la Compañía de Jesús
en el Ecuador, me llamó la atención el Proyecto de las Comunidades Itinerantes
que lleva un jesuita español de nombre Fernando López. Esa información que
había leído me despertó la posibilidad de colaborar en una misión conjunta entre
laicos y jesuitas en las zonas donde hay más necesidad, donde nadie va. Me
gustaba la idea de compartir con comunidades indígenas de la Amazonía, ya que
considero que son pueblos cargados de historia con una cultura y un cuidado por
la naturaleza, incluso algunos de ellos, conocidos como pueblos no contactados,
no han querido un acercamiento con lo que nosotros llamamos civilización. Pero
claro, esta invitación o llamado no es fácil pues implica muchas renuncias y
por ello algunas veces aunque sentía fuerte el llamado, prefería hacerme la de
oídos sordos y dejar pasar esas mociones internas.
Hasta que, hace un año
exactamente por circunstancias de la vida, me quedé sin trabajo, sin piso, sin
seguridades económicas y fue justo en ese momento cuando en mis Ejercicios
Espirituales anuales nuevamente volví a sentir el deseo de ser voluntaria en el
Proyecto Pan Amazónico del que había escuchado tanto y más de cerca a través de
Mauricio López, miembro de mi comunidad local CVX. Fue un compartir breve con
mi acompañante de esos Ejercicios de Provincia P. Jorge Cela, SJ.; él muy
acertadamente me dijo que debería iniciar un proceso de discernimiento y dejar
a Dios actuar en mí. Me puse en contacto con Mau y después con Alfredo Ferro SJ,
coordinador del Proyecto Pan Amazónico. Iban y venían los emails hasta que tuve
la propuesta de Alfredo de conocer Leticia, capital del departamento de la
Amazonía Colombiana, la ciudad donde se encuentra la Comunidad del Proyecto, conocer
a los miembros de la comunidad y el entorno. Esta experiencia me dio más luces
y herramientas que me ayudaron a discernir si me lanzaba o no a este
voluntariado. Agradezco a la comunidad las palabras que me dieron libertad en
la elección “el hecho de haber venido no te compromete para que aceptes venir de
voluntaria, siéntete libre de decidir”, esas palabras fueron claves para tomar la
decisión final.
Para ese entonces ya había compartido
con mi familia mi deseo de hacer este voluntariado. Debo reconocer que mi papá,
mis hermanos, mis sobrinas y mis cuñadas me apoyaron desde el principio, aunque
no alcanzaban a entender con claridad la dimensión de este deseo, ni yo misma
lo tenía claro, pero me iba dejando llevar por ese espíritu que como un fuego
te quema por dentro y al que ya no puedes ocultar. Ese deseo de querer poner por
obra tanto bien recibido durante todos estos años que he pertenecido a CVX. Doy
gracias a Dios por la bendición de mi familia que siempre está ahí para
apoyarme y acompañarme.
Al mes siguiente, a finales de
mayo, tuvimos una reunión Alfredo, Mauricio y yo en Quito. En ese encuentro fue
cuando confirmé la decisión de hacer el voluntariado por un año. Una vez
realizados todos los trámites de visa y demás, emprendí mi viaje a Leticia el
10 de julio con pocas seguridades y con la única certeza de que iba con Dios. Descubrí
que el tiempo es el mejor cuando es el tiempo de Dios, porque todo confluye
para que no tengas más que decir: “hágase tu voluntad”.


Es
un tiempo de sentir y gustar cada rostro que descubro en Leticia y en las dos
comunidades que hasta ahora he visitado: Nazareth y Arara. Cada una con sus
luces y sombras, con sus sueños, con esa manera tan única de cuidar y amar su
tierra, su naturaleza, de ser uno con ella y saber si va a llover o si solo es
una nube que pasa tan solo con la intensidad del viento, o con la manera cómo
se mueven las hojas de los árboles. Un tiempo de silencio, de escuchar, de
mirar, de contemplar, de dejar que todo lo que veo y siento toque mi corazón y
como una esponja intentar recoger lo que más puedo para acercarme a ellos desde
una mirada, una sonrisa y con sencillez presentarme quién soy y que hago aquí.

Doy
gracias al Dios de la vida porque en estas visitas no voy sola, voy con una
pastoralista nativa tikuna de nombre Magnolia y una religiosa Laurita de nombre
Noelia, con ellas vamos formando una comunidad donde en los tiempos de preparar
los alimentos, en la sobremesa, en el tiempo de planificar o evaluar la jornada
también hemos compartido nuestras historias de vida, nuestros gozos, nuestros
miedos y nuestros sueños.
Esta
misión se complementa con mi participación en el Curso de Incidencia Socio
Política de CVX, los documentos que
he leído me motivan aún más para intentar vivir de mejor manera este compromiso
cristiano y me quedo con la frase que aún va dando vueltas en mí “una auténtica fe -nunca es cómoda e
individualista- siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de
transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra” EG
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Pido
sus oraciones por mí para que pueda seguir abriendo mi corazón a la gente y pueda
entrar en sus vidas, así como para ir dejando que ellos también toquen mi
corazón y pueda seguir dando lo mejor en este voluntariado.
Un
abrazo lleno de cariño
Lore
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