enero 30, 2017

CELEBRAR

Mes a mes voy compartiendo brevemente esta experiencia que con altos y bajos, ya ha llegado al sexto mes. Qué rápido pasa el tiempo, estoy en la mitad del camino. Por supuesto es el tiempo de detenerme, hacer una pequeña pausa, hacer silencio para dejar que se vaya decantando y descubriendo cómo Dios se ha ido manifestando en todo este tiempo, desde el trabajo con la Compañía de Jesús y con la CVX.

Diciembre es un mes muy corto porque tenemos dos celebraciones: Navidad y Año Nuevo, que prácticamente dejan el mes en 15 días. Lo mejor de este mes han sido las Misiones de Navidad que realicé inserta en la comunidad de Nazareth, una comunidad con aproximadamente 1000 habitantes, la mayoría de la etnia Tikuna. Fueron 10 días en los cuales Dios se manifestó generosamente a través de los niños y jóvenes con quienes principalmente trabajamos los misioneros capuchinos y yo.
Estas misiones son organizadas por la Congregación de los Padres Capuchinos que tienen su misión por muchos años aquí en la Amazonía. Como voluntaria me incluí en las misiones junto con un teólogo jesuita chileno Juan Pablo Becker. Los jesuitas aquí en este rincón de la Triple Frontera no tienen una obra concreta, mas bien han optado por apoyar las obras y proyectos que existen en el Vicariato en la medida de sus tiempos.

Debo agradecer mucho a Dios porque en este mes, su rostro fue más evidente en cada niño con quien compartí la vida mientras preparábamos los villancicos, descubrir sus historias de vida difíciles, niños que a tan corta edad 9, 11 y 13 años ya habían perdido a sus padres y vivían con sus abuelos. Niños y niñas tan necesitados de afecto, de caricias y abrazos, que madrugaban para que iniciemos actividades con ellos. En estos 10 días hice de directora de coro, maestra parvularia, psicóloga, diseñadora de interiores, catequista, abogada, etc. Fue tanta la cercanía y el cariño recibido de lado y lado que el corazón se queda chiquito ante tantas muestras de afecto. Incluso algunas niñas querían identificarse con Paola (misionera laica franciscana de Pasto) y conmigo, pues habían pedido a sus papás que les compren gafas y sombreros como los que nosotras llevábamos, lo cual nos causó un poco de gracia. Pero cuando nos dijeron el último día “les vamos a extrañar porque ustedes son la únicas que nos quieren”, nos quedamos sin palabras con que responder y agradecidas porque fueron ellas quienes nos abrieron su corazón.
Fueron días también de conocernos con Paola y de poder acompañar su historia de vida, que como muchas vidas tiene sus sueños rotos y fracasos, sus gozos y alegrías. Dios no deja de cruzar en mi vida personas, a quienes por esas “diocidencias”, puedo tender una mano al escuchar y acoger sus vidas. Esa actitud me ayuda mucho y aprendo más dentro de este caminar.
Además, en medio de la Novena tuvimos un encuentro con los catequistas de las comunidades rivereñas con quienes el próximo año, y como fruto del diagnóstico realizado, se está planificando iniciar un proceso de formación a catequistas y futuros animadores de las comunidades, que tanta necesidad tienen de savia nueva que despierte y renueve la fe en sus comunidades. Contamos con 40 personas y fue dirigida por el P. Valerio Sartor SJ. Fue un encuentro de compartir las experiencias y de proponer necesidades en torno a la Evangelización. Confiamos en que Jesús siga bendiciendo este pequeño proyecto.
Al finalizar la novena tuvimos la Capilla llena en la Noche Buena. No había espacio para un alfiler, incluso estaban sentados en el suelo. Todos fueron a compartir y celebrar con alegría el Cumpleaños de Jesús, los niños prepararon dos danzas al Niño Jesús, fue una Navidad diferente, alejada de la tecnología y los medios de comunicación, llena de tantas actividades que el tiempo se me pasó volando. Solo la Noche Buena extrañé a mi familia tan querida. Ya el 25, día de Navidad, recibí sus llamadas tan llenas de cariño que alegraron mi corazón.
Y el regalo que Dios me dio después de esta misión fue poder viajar y compartir con mi familia el Año Nuevo. En realidad, inicialmente el voluntariado era un año de corrido, pero como aquí en Colombia es tiempo de vacaciones escolares diciembre y enero. Mis compañeras de misión y los jesuitas del PAMSJ, viajan a sus países de origen para pasar fin de año y sus vacaciones anuales, para no quedarme sola en Leticia aceptaron que yo también viajara unos días para pasar el fin de año con mi familia. Mi papá fue quien generosamente me regaló el pasaje para compartir con ellos estos días en que me he podido recargar de su cariño y cuidados.
Fue tan emocionante el reencuentro con mi papá, mis hermanos, mis cuñadas y mis sobrinas, sobretodo mis sobrinas que hasta se nos escaparon las lágrimas de la emoción. Claro no me olvido de mi hija de cuatro patas (Titina), me alegra ver como se lleva de maravilla con mi papá y se acompañan en mi ausencia. Voy confirmando que la familia y mi familia es el mejor regalo que Dios me pudo haber dado en esta vida, ellos son un gran apoyo en esta misión. Además, pude verme con amigas y con mi comunidad de CVX, tuve un acompañamiento largo con Mauricio López compartiendo las luces y sombras de estos 6 meses de experiencia voluntaria. Intentando abrir camino para los que vendrán.
Con todo lo vivido siento que ha sido un tiempo de celebrar la vida, la alegría, la familia, de sentir a Jesús que sutilmente nace en nuestros corazones día a día y me anima a seguir encontrándolo en cada cosa que voy viviendo.
Tiempo de celebrar la amistad y los reencuentros, tiempo de recargarme para los próximos 6 meses que me faltan.
Finalmente, quiero terminar este breve relato con esta frase de Pedro Casaldáliga:
“Para mí, un hombre o una mujer espiritual es vivir en profundidad, asumir opciones dignas de una vida humana. Ser coherente, abrirse a las necesidades del prójimo. Celebrar la vida”.

Con todas nuestras limitaciones humanas siento que, si nos dejamos llevar por Jesús, con certeza tarde o temprano nuestro corazón no puede resistirse a escuchar ese llamado de ver nuestro mundo roto y quedarnos tranquilos sin contribuir con un granito de arena, probablemente insignificante, pero es mejor eso a quedarnos sin hacer nada. Nuestra espiritualidad nos confronta a ser coherentes entre lo que predicamos y lo que hacemos. Hay que “poner el amor más en obras que en palabras” como dice Ignacio de Loyola. Tal vez el mundo siga igual, pero yo ya no soy la misma ahora, hay un antes y un después de esta experiencia. Les invito a quienes van sintiendo este llamado a que lo tomen en serio y se vayan poniendo en
las manos de Dios, para que puedan lanzarse a esas invitaciones que solo Dios pone en nuestro corazón.

A todos quienes me acompañan leyendo estos pequeños relatos mes a mes les deseo un año 2017 lleno de pasión y alegría por lo que hacemos y que desde donde estemos siempre tratemos de traslucir el amor que recibimos diariamente de nuestro Padre Bueno.

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