“Tudo está interligado como si fossemos
um. Tudo está interligado nesta casa comum” mantra Amazónico em portugues
Desde esta reflexión, puedo decir que si nos damos cuenta
en realidad nunca estamos solos, la soledad puede ser una sensación temporal de
la persona que depende de esa capacidad para abrirse y sentir con el otro,
siempre estamos cercanos y relacionándonos continuamente con otras personas o
seres vivos, a quienes podremos percibirlos desde nuestros sentidos. Por lo
tanto, puedo ser responsable de lo que le sucede al otro tanto de bueno como de
no tan bueno. Suena fuerte porque a nadie le gusta que la felicidad o armonía
dependa del otro. Muchos libros de psicología nos motivan a buscar nuestra
propia felicidad dentro de nosotros y eso me parece muy bien, solo que algunas
veces nos pasamos la vida centrados en nosotros mismos y en la búsqueda de la
felicidad que se nos pasa la vida en eso, y caemos en el individualismo, en el
cual está sumergido el mundo, y nos olvidamos que la felicidad es algo de doble
vía, es decir, que es un dar y recibir incondicionalmente, yo en gratuidad me
dono al otro y el otro se me da gratuitamente. Al estilo de Jesús, quien nos
invita junto a él a recrear continuamente este mundo y a encontrar el rostro de
Dios en el otro, que en esta Casa Común hay espacio para todos y que lo
importante es aprender a convivir juntos en armonía, en Su amor.
Probablemente no sea muy fácil de entender, a mí se me
hace difícil explicarlo, sin embargo, es lo que he podido ir descubriendo y vivenciando
en este voluntariado. Donde he podido sentir la mano buena del ser humano, cada
vez que conozco y veo personas que viven en esta triple frontera en esta
Amazonía, sean de iglesia o no, que se desgastan apoyando a las comunidades
ribereñas ya sea en la pastoral, en catequesis, navegando por el río, dando a
conocer la legislación indígena, apoyando la demarcación de territorio,
capacitando en la mejora de la producción y cuidado de la tierra, acompañando y
escuchando las necesidades de las personas originarias, sensibilizando en
contra de la trata de personas, educación, etc. Personas que se trasladan hasta
este lugar de nuestra Casa Común, desde lugares lejanos por un llamado profundo
de cuidar, apoyar y armonizar este pulmón del planeta que aún nos queda. Lastimosamente,
también puedo visibilizar la mano del ser humano que viene a desarmonizar este
espacio con la extracción indiscriminada de los recursos naturales, la
contaminación, el narcotráfico, la trata de personas, etc.
Gracias a este presupuesto de que todo está
interconectado, interrelacionado en esta nuestra Casa Común, entonces no
solamente estamos en la Tierra, somos tierra. Y si me siento así, entonces no
me debería importar ni la raza, ni el credo, ni la lengua, ni la cultura porque
en mi esencia yo llevo un poco de todos, me siento hermana de todo y de todos
como San Francisco. Es precisamente así, que de un tiempo acá me voy sintiendo
con este entorno amazónico y con su gente, o mejor debería decir con mi gente, en
un tiempo privilegiado de irme encontrando con ellos, de ir descubriendo y
valorando su gran riqueza cultural, su pensamiento, su estilo de vida, que
busca la armonía con su entorno.
Desde este espacio voy comprendiendo lo que para la
cultura indígena significa “Buen Vivir”, desde este bioma amazónico lo que mis
hermanos originarios pretenden o han pretendido durante tantos años, es
construir una sociedad donde caminemos todos juntos, donde tengamos la certeza
de que todo alcanza para todos y que, por su puesto, me y nos preocupemos
porque a nadie le falte nada y que nadie se quede atrás. Para ellos su Dios es
un Dios bueno que provee siempre y que nunca abandona, en ellos se hace vida el
pasaje de Mateo que dice: “miren las aves
del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y su Padre
celestial las alimenta. ¿No valen ustedes más que ellas?” (Mt 6, 26). Que
admirable la fe que tienen ellos en su Padre - Madre Dios, en su creador.
Agradecen el alimento que cada día reciben con el sudor del trabajo en sus
chagras[1] y
cada pez que logran pescar en el río. No se quejan porque no conocen otro
estilo de vida porque para ellos, su estilo de vida es el mejor, disfrutan y
tienen tiempo para descansar, hacer deporte o jugar con sus amigos. En nuestro
lenguaje occidental diríamos para perder el tiempo.
Nosotros en cambio en nuestras ciudades hemos cambiado el
Buen Vivir por el “Vivir Bien” y vaya que hay diferencia, ese vivir bien nos
encierra en un individualismo en el cual solamente busco mi bienestar personal
y máximo el de mi familia, olvidándome de mi entorno, perdiendo esa capacidad
de sentirme interrelacionado con el otro y llevándome al consumo y a un
supuesto progreso o desarrollo que devasta el entorno porque está centrado en
el ser humano como dominador de todo.
Nosotros todo lo medimos en base a objetivos,
productividad, resultados, indicadores, siempre tenemos que estar trabajando a
tal punto que hemos perdido la capacidad de relacionarnos con el otro y con
nuestra naturaleza, de ahí que vienen las enfermedades como el estrés y la
depresión porque nos auto exigimos, o esforzamos por cumplir los parámetros que
demanda la sociedad desarrollada llena de comodidades y tan vacía de relaciones
y afectos. Tan ruidosa y con tan pocos silencios.
Ahora después de once meses en este rincón de nuestra
naturaleza amazónica, me pregunto ¿Quiénes son los realmente desarrollados?
Ellos definitivamente, porque aún guardan en su corazón esa esencia de Dios, de
sentir y saber que, sin la naturaleza, ellos desaparecen junto con ella, pues
no son nada sin ella y ella no es nada sin ellos, porque están
interrelacionados, interconectados como con un cordón umbilical del que dan y
reciben vida y el cortarlo significa morir. Por eso ellos están dispuestos a
dar su vida por cuidar este espacio de tierra que les queda.
Estas son algunas reflexiones que han ido surgiendo en mi
interior durante este tiempo, por eso me parece que cuando el Papa dice que
probablemente debemos cambiar nuestro estilo de vida y nuestra espiritualidad
siento que está intentando decirnos que debemos volver a nuestra esencia, a
nuestra fuente, a nuestros orígenes, a Dios.
Desde cualquier lugar en el que me encuentre cerca o
lejos de esta Amazonia, creo cada uno de nosotros podemos contribuir para
mejorar la calidad de vida de los seres vivos de nuestro entorno. Les dejo en
este relato algunas interrogantes ¿estoy viviendo el Buen vivir o el Vivir bien?,
¿Me siento parte de esta Casa Común y que hago por cuidarla?, ¿sería capaz de
salir de mis comodidades o mi desarrollo por insertarme un tiempo en esta Amazonía,
en estas fronteras?, ¿Desde mi país, cuál es mi contribución para que este “todos
vivamos juntos”, para “que nadie se quede atrás o fuera”?
Compartiendo mi misión de este mes, terminamos como
equipo pastoral el primer recorrido de sensibilización en contra del Tráfico de
personas en las comunidades de Zaragoza, Libertad, Puerto Triunfo y Ronda. Como
siempre trabajamos con los niños en las escuelas con el tema del cuidado del
cuerpo, tuvimos eucaristías en dos comunidades gracias al apoyo de Valerio
Sartor SJ, sacerdote jesuita, y el Hermano Capuchino Manuel Vargas, Las
personas de la comunidad valoran mucho la presencia esporádica de los
sacerdotes, piden que se los visite con mayor frecuencia y poder tener una misa
al menos una vez al mes, sienten que eso le puede ayudar para combatir los
vicios a los cuales los jóvenes están expuestos por la influencia del desarrollo.
Participé también en la reunión bimensual de la Red de
Enfrentamiento en contra del Tráfico de personas de la Triple Frontera, en ella
se comparte la situación en cada país referente al tema, hay niños que
desaparecen, niñas que son vendidas a ancianos, o llevadas a Santa Rosa para
prostitución, el panorama no es muy alentador, pues como toda frontera, tiende
a ser descuidada por las autoridades de cada uno de los tres estados.
Por invitación de Natalia Forero, colaboradora de la
Hijas de la Caridad en Colombia, quien trabaja el tema en contra de la Trata en
Puerto Nariño, la acompañé en la sensibilización del tema en Islandia, Perú.
Estuvimos dos días trabajando en la escuela con los niños y los jóvenes, debo
mencionar que hay apertura por parte de los directores y profesores para que
mensualmente se les apoye con la formación a los chicos. La comunidad
internacional e inter congregacional conformada por cinco religiosas y un
sacerdote diocesano nos acogió durante estos días, fue un bello compartir de
experiencias, de misión y de vida.
Por último, para terminar el mes, visité Atalaia do Norte,
una parroquia de la Dioceses Alto Solimões en Brasil, donde pude compartir con
Martha, misionera javeriana española, quien por tres años trabajará en esa población en
programas pastorales con mujeres e indígenas y con quien desde su llegada hace
tres meses hemos ido construyendo una bonita amistad, aproveché también para
visitar y compartir con los amigos del CIMI[2].
Fue un mes de compartir, de guardar muchos rostros en
el corazón y de muchas reflexiones interiores.
Gracias siempre por acompañarme con sus oraciones en
esta misión.
Lore